En los ‘80 fue un verdadero descontrol en materia de fijadores para cabello y otros aerosoles. Las consecuencias de los clorofluorocarburos superaron a nuestra capacidad de respuesta, y así llevamos casi treinta años viviendo con un agujero gigantesco en la capa de ozono, ubicado sobre la Antártida. La buena noticia es que el daño puede repararse. La mala, es que tomará más de medio siglo, de acuerdo a la NASA.
La ausencia de esta capa provocaría que la radiación ultravioleta proveniente del Sol llegue a la superficie sin ninguna clase de filtro, un detalle que haría nuestra existencia, y la del resto de las formas de vida expuestas, bastante más complicada de lo que ya es hoy.
La prohibición sobre los CFCs, compuestos químicos a los que se considera como los mayores causantes del agujero en la capa de ozono, lleva instalada más de 25 años, y aunque los expertos han detectado mejoras, hasta ahora han sido mínimas.
Otro problema radica en las amplias variaciones que se están registrando sobre el agujero. Efectos climatológicos han enmascarado su tamaño real en más de una ocasión. El año pasado se vio el segundo agujero más pequeño, mientras que en 2011 fue casi tan masivo como el agujero de 2006, el más grande de todos hasta la fecha. Aún así, la presencia de cloro en la atmósfera está bajando. Se estima que para mediados de la década de 2030, los niveles estarán un 20 por ciento por debajo de los registros actuales, lo que llevará a agujeros cada vez más pequeños, e incluso podría acelerar la recuperación de la capa de ozono.
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Ciencia
2/03/2014
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